FUENTE: www.elespanol.com
AUTOR: Adolfo Plasencia
Tim O’Reilly fundador de O’Reilly Media, la mejor editorial de libros de informática del mundo, no es un ingeniero o informático, como mucha gente cree, es empresario. Sin embargo, también es un humanista que se doctoró en clásicas por la Universidad de Harvard, lo cual ha marcado su visión sobre la tecnología, que observa «desde fuera de la caja», como se suele decir, desde California.
Sus diagnósticos siempre han sido muy certeros y por eso le llaman también «la conciencia de Silicon Valley», lugar que conoce muy bien y en donde hasta hace muy poco, evolución tecnológica e innovación han sido casi desde el inicio de la era digital conceptos y expresiones prácticamente sinónimas.
Pero esto ha cambiado. En la formulación que Tim hizo de la Web 2.0, había varias promesas que se han cumplido (la Larga cola, la Beta perpetua, los datos son el ‘Intel inside’, etc.), otras no.
Entre estas últimas, por ejemplo, no se ha cumplido la promesa de una web social de que iba a proporcionar una «emocionante y rica experiencia de usuario», o la de que se iba a producir en Internet una «descentralización radical», cosa que ahora se promete mediante la Web3, sobre la que, por cierto, en diciembre, Tim ya avisó. «Sitúo la Web3 en el contexto de las burbujas anteriores y me pregunto qué quedará atrás cuando la burbuja estalle», afirmó.
En otra conversación con él me explicó su posición respecto al mundo de la tecnología: «También soy activista, creo que las opciones que tomamos importan, que la tecnología no es neutra, pero otorga un enorme poder para el bien o el mal», apuntó. «Nosotros, como usuarios, hemos de tomar las decisiones que ayudarán a que nos sirva y sea útil, para hacer del mundo un lugar mejor».
«Así que, al igual que hay personas que son activistas en otras áreas, soy alguien que quiere hacer del mundo un lugar mejor», señaló.
El fin de la innovación tecnológica tal como la conocíamos
Sin embargo, estas opiniones de Tim han evolucionado y pasado de afirmaciones en las que constataba preocupantes cambios a sus más recientes y serios avisos sobre los cambios que está sucediendo en el panorama tecnológico.
En el Valle del Silicio se crearon todos esos referentes que se mimetizan aún por todo el planeta: el networking; la presentación de un nuevo producto, o nueva generación del mismo, que Steve Jobs con su carisma convirtió en espectaculares ceremonias mediáticas.
Las malas imitaciones de esos eventos tecnológicos se repiten y multiplican hoy hasta el paroxismo y hoy forman parte más de la industria de las artes persuasivas, publicidad y marketing que de la evangelización tecnológica.
Google, el mayor símbolo de Silicon Valley, ha pasado de ser la primera empresa del mundo en la tecnología de búsquedas y líder de innovación en diversos campos tecnológicos a convertirse en mayor gigante del negocio publicitario global, abandonando su antiguo entusiasmo por la innovación. Y, ahora mismo, las búsquedas de los usuarios dentro de TikTok superan a las métricas mundiales de las de la compañía dirigida por Sundar Pichai.
El resto de las Big Tech ha seguido la misma senda y esto está cambiando el alma de Silicon Valley. O’Reilly lo ha visto, de nuevo, venir de lejos.
En marzo del año pasado publicó un duro ensayo, que tituló significativamente con «[¿Está ocurriendo] el fin de Silicon Valley tal y como lo conocemos?» Es un texto que rompe con todos los discursos del marketing y autoayuda propios de los miles de vendedores de humo de las grandes empresas tecnológicas.
En dicho ensayo, Tim se muestra muy preocupado por la marcha de la innovación tecnológica que esta dejando de ser el antiguo y gran referente que era. Y afirma: «Sospecho que llegaremos a aceptar la ciencia basada en el machine learning, al igual que hemos aceptado los instrumentos que nos permiten ver mucho más allá de las capacidades del ojo humano, pero si no comprendemos mejor a nuestras máquinas ayudantes de software es posible que las conduzcamos por caminos que no nos lleven al borde del precipicio, como hemos hecho con las redes sociales y nuestro fracturado panorama actual de información global.»
«Ese paisaje, ahora fracturado, no es lo que se predijo: los pioneros de internet esperaban la libertad y la sabiduría de las multitudes (smart mobs, ¿recuerdan?), no que todos estuviéramos bajo el control de grandes empresas que se benefician de un mercado de desinformación», señala. «Lo que inventamos no era lo que esperábamos, internet se convirtió en la materia de nuestras pesadillas más que de nuestros sueños. Todavía podemos recuperarnos, pero al menos por ahora, Silicon Valley parece ser parte del problema más que de la solución.»
El experto describe en ese texto cómo las pequeñas empresas, siempre, por naturaleza, las más innovadoras, están siendo «abusadas» por esas grandes empresas tecnológicas globales, «no sólo privándolas de talento sino introduciendo a menudo productos y servicios de imitación, cosa que disminuye la innovación del mercado en su conjunto».
«Las ciudades están dominadas por una nueva clase de empleados altamente remunerados en grandes compañías, que hacen subir los costes de la vivienda y expulsan a los trabajadores con salarios más bajos; las retribuciones y las condiciones de los empleados de las industrias menos rentables se reducen para impulsar el crecimiento de los gigantes, sus propios puestos se convierten en contingentes y desechables, con la desigualdad incorporada desde el principio en su empleo; las empresas gigantes, que dominan el arte de la evasión fiscal, privan a los gobiernos de ingresos», apunta. «La lista es mucho más larga».
Y añade: «En el caso de las plataformas globales de medios o redes sociales, la manipulación de los usuarios con estrictos fines de lucro ha deshilachado el tejido de la democracia y el respeto a la verdad. Silicon Valley, que antes aprovechaba la inteligencia colectiva de sus usuarios, ahora usa su profundo conocimiento de los mismos para «comerciar contra ellos».
Habrá quien, después de leer estas palabras, pueda pensar que O’Reilly se ha convertido en un descreído de la innovación tecnológica o un ludita, pero no es así y, para que quede claro, añade: «La tecnología no es ni mucho menos la única culpable, es simplemente el espejo más visible de nuestros valores como sociedad».
«El comportamiento extractivo que exhiben los gigantes tecnológicos ha sido la norma del capitalismo moderno desde que Milton Friedman estableció su conocida función objetiva en 1970: «La responsabilidad social esencial de las empresas es aumentar (maximizar, en la jerga actual) sus beneficios». Sin embargo, esto es aún más triste, ya que la industria tecnológica se propuso modelar algo mejor. La generosidad del software de código abierto y de la World Wide Web, la genialidad de la inteligencia colectiva amplificada algorítmicamente siguen ahí, señalando el camino hacia una próxima economía, pero ha de ser una economía que debemos elegir activamente, en lugar de montarnos en los raíles de un sistema que nos lleva en la dirección equivocada.»
«Tigre agazapado, dragones escondidos» y el peligro de alejarse de la innovación
Recientemente, O’Reilly ha participado también en un trabajo de investigación del University College de Londres (UCL), junto a Ilan Strauss, Mariana Mazzucato y Joshua Ryan-Collins, investigadores de esta prestigiosa institución londinense, en el que denuncian en detalle las mil trapacerías del funcionamiento en esta gran economía de las plataformas.
El titulo de este trabajo es «Crouching tiger, hidden dragons: How 10-K disclosure rules help Big Tech conceal market power and expand platform dominance» y, ¿qué son las 10-K? Pues es el informe exhaustivo que presenta anualmente toda empresa que cotiza en bolsa sobre sus resultados financieros y que le exige que haga público la Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos (SEC).
Esos informes 10-K contiene muchos más detalles que el informe anual de una empresa y se envía a sus accionistas antes de la reunión anual para elegir a los directores de la empresa, debido a la regulación exhaustiva de mercados financieros que promueve reglas iguales para todos.
Pues bien, en dicha investigación del UCL se describe con pruebas cómo las empresas de plataformas globales hacen trampas con la información sobre sí mismas, y sobre lo que hacen, aprovechando la complejidad de sus estructuras y de las arquitecturas algorítmicas que usan para relacionarse con sus usuarios, los datos y metadatos que estos producen y también para sus acuerdos entre sí que, en parte, también se saltan las legislaciones antimonopolio y anti competencia.
Tanto de EE.UU. como de la Unión Europea, que ya les ha puesto incontables multas. Sanciones que son para ellas, dado su poder y tamaño, como pinchar con un alfiler a un elefante. La última de la UE impuesta a Google, hace solo 10 días, por el Tribunal General de la UE, asciende a 4.125 millones de euros tras rebajarle la impuesta en 2018 por los reguladores antimonopolio de la UE, que confirmaron que la empresa obstaculiza la competencia mediante el dominio desleal de su sistema operativo Android.
La lectura del citado trabajo publicado por la UCL es muy instructiva e interesante. Y, como muestra, su resumen ejecutivo describe muy resumidos los resultados de dicha investigación. Comienza así: «Alphabet, Amazon, Apple, Meta Platforms (antes Facebook) y Microsoft, más conocidas comoBig Tech, son hoy cinco de las seis mayores empresas de Estados Unidos (EEUU) y del mundo por capitalización bursátil. Estas empresas han sido objeto de un creciente escrutinio por parte de las autoridades antimonopolio de la Unión Europea (UE), EEUU y otras jurisdicciones debido al considerable poder de mercado que ejercen con sus ecosistemas empresariales».
«Las investigaciones antimonopolio, sin embargo, se han visto obstaculizadas por la falta de divulgación pública obligatoria sobre las actividades empresariales de las grandes empresas en los informes públicos anuales 10-K, que deben presentar a la Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC), el principal regulador de los mercados financieros», sigue.
Los inversores públicos, reguladores y competidores, simplemente no saben cómo las Big Tech exactamente crean y extraen valor de los ecosistemas que ha llegado a dominar. Esto limita la competencia leal y real ocultando oportunidades de negocio rentables a los competidores potenciales; impidiendo la actividad antimonopolio al limitar el escrutinio público de posibles abusos de poder en el mercado; e impide a los inversores asignar capital de manera eficiente, ya que no se pueden evaluar adecuadamente las verdaderas perspectivas de negocio de las empresas.
El vacío normativo está relacionado con el modelo de negocio único de las plataformas digitales de Big Tech, basado en (supuestos) servicios gratuitos (en el sentido de que no se prestan a cambio de un pago directo) y en una incesante diversificación de productos; i) Los productos nominalmente gratuitos forman parte del modelo de negocio de la plataforma digital multilateral de Big Tech generan enormes cantidades de ingresos cuando se monetizan mediante publicidad o suscripciones; ii) Las fuentes de beneficios de las grandes empresas tecnológicas se han diversificado cada vez más en múltiples productos y modelos de monetización. Sin embargo, las grandes empresas tecnológicas siguen presentándose como productos de «un solo segmento» o «dos segmentos», en sus informes 10-K.
Trucos sucios, trampas, y admiración a raudales
Los resultados de la investigación que se publican son apasionantes y muestran ejemplos ilustrativos de estas reprobables conductas, en concreto, de métricas de funcionamiento de los usuarios cuyas magnitudes que presentan como datos ‘objetivos’ a los anunciantes son, en realidad, falsas.
Y ejemplos sobre los funcionamientos ocultos de Alphabet antes Google, (Sección 2.3 y 2.4) y sus, al menos, nueve productos gratuitos, con más de mil millones de usuarios activos mensuales y cuotas de mercado dominantes en todo el mundo. También hay ejemplos de inefables conductas similares de YouTube y su Play Store (Sección 3.6); de Amazon, que parece haber ocultado intencionadamente (Sección 3.4) los datos financieros de los productos independientes de Amazon Web Services (AWS), datos que estaban obligados a presentar en informe público 10-K. Y también se cita que Apple (Sección 3.5) basó en las normas 10K de divulgación de segmentos, las acusaciones en su juicio contra Epic Games para afirmar que el margen de beneficios de su App Store no existía, ocultando potencialmente una pieza clave de pruebas condenatorias sobre su conducta anticompetitiva.
Es decir, que los investigadores del UCL han encontrado pruebas fehacientes de que las Big Tech llevan tiempo haciendo un montón de trampas saltándose lo que el resto de empresas están obligadas a cumplir para poder competir en sus distintos mercados. Al tiempo que la gente las admira. Tremendo.
No hay espacio aquí para describir todas las pruebas sobre estas reprobables e ilegales conductas de las empresas de las plataformas. Aconsejo leer el estupendo Informe de UCL cuyo acceso es abierto. Sin embargo, dichas compañías disfrutan aún, por la gran inercia cultural y el nihilismo de los consumidores y usuarios, de una imagen de mercado como empresas innovadoras con gran predicamento, fruto, obviamente también de las enormes sumas que invierten en reputación y lobbing generalizados.
Quizá sea la inevitable evolución en el tiempo de la tecnología, pero creo que también hay causas combinadas para que hayamos llegado a esta situación del mundo global, entre indignante y surrealista, con la incapacidad de legisladores y gobernantes para evitar los abusos de estas empresas contra el resto.
Una situación especialmente indignante para el resto de compañías que cumplen las leyes e intentan competir limpiamente a base de innovación y gestión modélicas. Son muchísimas empresas y empresarios los que actúan así desde hace décadas, y todas ellas están afectadas de una forma u otra por los abusos, trampas e inefables y oscuras conductas de estas corporaciones cuyo genérico que las caracteriza es el de poseer grandes plataformas globales alimentadas e impulsadas por complejas arquitecturas algorítmicas que actúan online.
Para terminar, solo diré que mi conclusión sobre todo lo anterior es que son empresas que aún tienen fama de innovadoras pero que ya no practican la innovación,Google incluso tiene un cementerio de innovación propio online , como ya conté en estas páginas. Quizá sea coincidencia, o quizá haya relación con todo lo anterior, pero muchos que fundaron algunas de estas famosas y hoy gigantes empresas para cambiar el mundo, antiguo ejemplo y referente de innovadores, ya no están dirigiéndolas.
Ya no está al frente de Amazon Jeff Bezos («no queremos mercenarios, queremos misioneros», decía entonces un gran cartel que colocó personalmente en el garaje donde fundó su startup Cadabra, nombre anterior de Amazon); tampoco Larry Page y Sergey Brin, los fundadores de Google, están ya al frente de la empresa; ni Jack Dorsey está al frente de Twitter, ni Bill Gates lidera ya Microsoft. Hay muchas y significativas bajas en el grupo de fundadores y entusiastas de la tecnología que querían cambiar el mundo con la innovación tecnológica fundando su startup.
Las startups que ellos crearon son gigantes ahora y está gobernadas por grandes accionistas activistas del estilo de Peter Thiel o Andreessen Horowitz, a los que la innovación o el progreso tecnológico de las sociedades, en realidad se la refanfinfla y que solo persiguen, neuróticos y ansiosos, maximizar sus dividendos, obtener el mayor dinero posible por unidad de tiempo, aquí y ahora, pase lo que pase con los efectos secundarios de lo que la tecnología haga.
Para estos discípulos radicales y aventajados de Milton Friedman, estoy seguro de que los que creemos en la innovación y en la ética en el comportamiento somos unos pobres ingenuos, nunca mejor dicho.
Y aventuro que las citadas infames conductas empresariales tienen mucho más que ver con ellos, que con lo que pensaron los fundadores de esas empresas, muy pequeñas e innovadoras en su inicio. Como formo parte del utopismo ingenuo, seguiré defendiendo la innovación en ciencia y tecnología como el mejor camino para que sanos y honrados negocios creen riqueza, pero también impulsen el progreso humano. Por más que me llamen ingenuo o idealista, yo también me considero, lo mismo que Henry Jenkins dice de sí mismo, un utópico crítico.