FUENTE:ciperchile.cl

AUTORA: Daniela Alegría

La interacción, compañía y hasta erotismo entre humanos y robots es ya una realidad. Esto abre todo un nuevo campo de dilemas éticos, describe en columna para CIPER una Doctora en Filosofía: «Es probable que en el futuro interactuemos de manera más frecuente con robots dotados de inteligencia artificial (IA) integrada […] ¿Llegarán a sustituir las interacciones humanas? ¿Es posible entablar una relación de intimidad, lealtad o incluso amor con una IA?».

De acuerdo con el informe de The Future of Sex Report (2015), en 2030 la mayoría de las personas practicarán algún tipo de sexo virtual, y para el 2050 se estima que el sexo entre personas y robots podría superar al de los humanos. Este cambio radical en la dinámica sexual refleja una tendencia hacia la integración de los robots en nuestras vidas. Estamos presenciando una transformación fundamental en la forma en que nos relacionamos con la tecnología, pero también con nosotros mismos.

Los robots sexuales ya son una realidad, y esto nos lleva a plantear muchos dilemas éticos. En su libro Sex Robot: el amor en la era de las máquinas (2021), Maurizio Balistreri señala que, si bien actualmente los prototipos son algo toscos y poco sofisticados, pronto la tecnología podrá producir robots cada vez más similares a los seres humanos. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿sería considerado una infidelidad descubrir a nuestra pareja usando un robot de este tipo? ¿Calificará algo así como una acción moralmente reprochable? ¿Las relaciones con robots sexuales podrían fomentar la violencia o abusos contra las mujeres? ¿La comercialización de los robots sexuales reducirá la prostitución? Además, surge la cuestión de si siempre veremos a los robots como simples objetos, o si algún día podrían convertirse en nuestros compañeros y adquirir la relevancia moral de la que actualmente carecen.

La primera vez que se utilizó el término ‘robot’ fue en 1921, cuando en la obra de teatro R.U.R. (Robots Universales Rossum), el dramaturgo checo Karel Čapek (1890–1938) buscó nombrar a seres artificiales capaces de realizar trabajos forzados. Desde entonces, este término ha sido ampliamente utilizado tanto en la literatura como en la ciencia. Hoy en día contamos con robots tanto con cuerpos físicos como sin ellos (por ejemplo, un software), así como entidades virtuales (como Siri o Alexa) [BALISTRERI 2021]. En la actualidad, nos encontramos cada vez más con robots diseñados para diversas tareas, como ayudar en labores domésticas y de cuidados [MARTÍNEZ-LÓPEZ et. al 2024], para desplazarnos en automóviles sin conductores [LIN 2016; GOODAL 2014], e incluso para aplicaciones militares.

Con el avance hacia el desarrollo de robots cada vez más similares a los seres humanos (androides) surgirán dilemas morales relacionados con la naturaleza de la relación que estableceremos con ellos. Es probable que en el futuro interactuemos de manera más frecuente con robots dotados de inteligencia artificial (IA) integrada. En efecto, en la actualidad las interacciones con sistemas de IA están sustituyendo cada vez más a nuestras interacciones con otras personas. Por ejemplo, cada vez es más común pedir consejo a un chatbot en lugar de un amigo o familiar [COGHLAN 2023]. Estas variadas interacciones con los sistemas de IA plantean importantes cuestiones filosóficas. Por ejemplo, ¿pueden las relaciones con las IA sustituir las interacciones humanas? ¿Es posible entablar una relación de intimidad, lealtad o incluso amor con una IA?

Ejemplos de relaciones con IA o androides ha sido explorado por series de televisión, películas, videojuegos y novelas. En la película Her (2013) de Spike Jonze, por ejemplo [imagen superior], seguimos la vida de Theodore Twombly, un escritor solitario e introvertido que se enamora de un sistema operativo de IA llamado Samantha. A medida que avanza la trama, la conexión entre Theodore y Samantha se profundiza; pasan de ser amigos a tener relaciones sexuales verbalmente. Por otro lado, en el episodio Be Right Back (2013), el primer capítulo de la segunda temporada de la serie Black Mirror, conocemos la historia de Martha, una joven que enfrenta la muerte de su novio en un accidente. Para sobrellevar el duelo, recurre a una aplicación que le permite interactuar con una IA que simula ser su novio fallecido. Con el paso del tiempo, esta representación virtual del novio adquiere un cuerpo de carne sintética, convirtiéndose en un androide que vive junto a ella. Estos ejemplos ilustran que las nuevas tecnologías pueden aportar beneficios, pero también riesgos. Habría que evaluar, por ejemplo, las posibles dificultades cuando los usuarios se encuentran en un contexto de especial vulnerabilidad.

Ahora bien, si en el futuro existieran robots humanoides a los que tratáramos como amigos, ¿podríamos llegar a enamorarnos de ellos? Si lo que nos importa en una relación es compartir intereses, una relación con un robot podría lograrlo con relativa facilidad si está programada de esa manera. Aunque el robot no podría amarnos verdaderamente, muchas personas experimentan amores no correspondidos. De acuerdo con David Levy, autor de Amor y sexo con robots. La evolución de las relaciones entre los humanos y las máquinas (2008), todo lo que nos importa en una relación amorosa, lo podemos encontrar en un robot (p. 115).

Con el envejecimiento de la población se prevé que los robots cuidadores sean más comunes. En Chile, para el año 2050, se estima que al menos el treinta por ciento de la población tenga 65 años o más, y un tercio de ellos supere los 80 años. Actualmente, nos enfrentamos a una crisis en el cuidado de personas mayores, ya que muchas requieren atención, pero no hay suficientes recursos ni cuidadores disponibles. Cada vez más se confía en que la tecnología pueda llenar este vacío mediante la construcción de sistemas de cuidado a gran escala con la ayuda de IA. No sería sorprendente que aquellos que reciban cuidados de estos robots desarrollen sentimientos de agradecimiento, cariño o incluso amor hacia ellos [1].

La cuestión es, entonces, cómo nos relacionaremos con los robots dotados de IA. ¿Podemos ser parciales con los robots dotados con IA que asumen el papel de amigo? ¿Podremos exigirles que nos traten de manera parcial, como suelen hacerlo las personas que tienen algún tipo de relación personal con nosotros? En la película Her, Theodore se deprime al saber que no es el único amor de Samantha y que, de hecho, este sistema operativo de IA habla con miles de personas y se ha enamorado de cientos de ellas.

En los debates contemporáneos de filosofía moral ha surgido un interés especial en discutir si nuestra conducta debe regirse exclusivamente por principios morales universales aplicados de manera imparcial, o si existen circunstancias en las que la parcialidad pueda ser moralmente relevante (véase, por ejemplo, COTTINGHAM 1983; WOLF 1992; JOLLIMORE 2001; SCHEFFLER 2010; ALEGRÍA 2019). En la filosofía moral, se suele asumir que la imparcialidad es una característica central de la moralidad. Esta se relaciona con la idea de actuar desde una perspectiva que reconoce la igualdad de todas las personas, lo cual implica que, al tomar decisiones morales, no se debe dar un peso especial a los propios intereses o a los de nuestros cercanos. Por ejemplo, en un escenario en el que un edificio está en llamas y dentro se encuentra tanto un amigo como un desconocido cuya contribución futura a la sociedad sea mayor, las éticas imparciales tenderán a favorecer el rescate del desconocido.

No obstante, es crucial considerar el papel de la parcialidad (es decir, preferir a alguien debido a una relación personal) en la moralidad [KELLER 2013]. Frecuentemente, tratamos a nuestros seres queridos de manera diferente a como tratamos a los demás. Parece ser que tener un vínculo especial con alguien genera un conjunto de actitudes y comportamientos que no manifestamos hacia todas las demás personas [KOLODNY 2010]. Dado esto, surge la pregunta relevante de si este debate también debe aplicarse a nuestras relaciones con los robots.

Las relaciones personales tienen cuatro características definitorias: i) «la otra persona y la relación misma son componentes preciados de la vida próspera»; ii) «dichas relaciones se caracterizan por una gran vulnerabilidad porque también dependen de la confianza», iii) una tercera característica es el daño de un quiebre y, de acuerdo con esta autora, «existe algo solitario y aislante en estos daños: expresan una profunda impotencia» y, finalmente, iv) «solemos establecer relaciones íntimas con personas que nos gustan» [NUSSBAUM 2018, pp. 154-157]. Estas relaciones son de gran importancia, y en el ámbito de la moralidad, según quienes defienden la parcialidad, deberían ser consideradas, ya que gran parte de nuestras vidas estamos cerca de nuestros amigos, familiares, personas significativas y —podríamos agregar— también de los robots.

Durante la pandemia del COVID-19 muchas personas experimentaron aislamiento y tuvieron acceso limitado a sus amigos y familiares. Una solución a este problema sería diseñar robots que desempeñen el papel de compañeros y amigos para personas mayores que se encuentren socialmente aisladas, ya sea por emergencias sanitarias o por el envejecimiento de la población [JECKER 2020]. El concepto de «amistad robótica» se ha convertido en un tema cada vez más debatido en filosofía moral, dado que estos robots podrían proteger nuestra salud y enriquecer nuestras vidas sin necesidad de ser engañosos ni excluir a otros seres humanos de nuestra vida [RYLAND 2021].

Ahora bien, las investigaciones han demostrado que las personas que mantienen relaciones estrechas y sanas con otros seres humanos muestran una reducción significativa (50%) en las tasas de mortalidad por enfermedades crónicas. Este efecto es comparable a dejar de fumar y a mantener un índice de masa corporal (IMC) saludable [HOLT-LUNSTAD et al. 2010]. Por lo tanto, establecer relaciones significativas con otros seres humanos no solo tiene beneficios mentales, sino que también un impacto positivo en nuestra salud física. Aunque los robots dotados de IA puedan proporcionar apoyo y compañía en ciertos momentos de nuestra vida, es fundamental reconocer que las relaciones con otros seres humanos son esenciales. Estas relaciones nos brindan un sentido de pertenencia, apoyo emocional y conexión genuina que son fundamentales para nuestro bienestar integral.

El avance de las nuevas tecnologías plantea desafíos profundos en términos de límites éticos y la naturaleza misma de las relaciones personales. Es crucial reflexionar sobre las implicancias éticas de estas interacciones. Nos enfrentamos a la posibilidad de un futuro deshumanizado, donde la dependencia en los robots para satisfacer necesidades emocionales y sexuales podría llevar a una desconexión con nuestra identidad personal, y esto nos llevaría a evaluar la autenticidad y la profundidad de nuestras relaciones humanas, así como nuestra capacidad para experimentar y expresar emociones genuinas.


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