FUENTE: www.es.sports.yahoo.com

AUTOR: LUIS TEJO

Año 2027. Leo Messi, pese a haber cumplido ya los 40, sigue siendo la gran estrella del Barcelona; un muy convulso 2020 estuvo a punto de sacarle de la plantilla, pero la nueva directiva tras la salida de Bartomeu consiguió reconducir la situación y garantizar la permanencia del astro argentino. Comienza una nueva temporada de Liga y el 10, cómo no, es titular en el primer partido. En un momento dado ve a un compañero que desborda por el costado izquierdo y le mete un envío en profundidad magistral. Este recibe la pelota, elude a un defensa contrario y centra con precisión milimétrica a la altura del punto de penalti, donde Ansu Fati, consolidado como referente de la delantera culé, remata de cabeza al fondo de la red. Todos los futbolistas corren a abrazarse para celebrar el tanto junto al que consideran que más mérito tiene: el que ha dado el último pase. Allí quien les recibe, con sus botas y su camiseta perfectamente reglamentaria, no es una persona de carne y hueso, sino un androide con cierto parecido a C-3PO. Porque desde el verano los robots se han incorporado al juego y compiten entre nosotros con total normalidad.

Todo esto, de momento, no es más que pura fantasía, ciencia ficción más propia de películas y novelas que de la sección de deportes. Pero ojo: visto lo visto últimamente, no es tan descabellado que acabara pasando de verdad. Porque los avances tecnológicos recientes están demostrando que ya sabemos fabricar robots que no solo pueden participar contra los humanos, sino a veces incluso llegar a derrotarlos.

Como muestra, permítenos que te presentemos a Curly:

Este pequeñín es la última creación del Instituto de Tecnología de Berlín en colaboración con la Korea University (una institución privada con sede en Seúl). Se trata de un autómata programado para jugar al curling, un deporte de invierno poco practicado en España pero muy popular en otras latitudes, hasta el punto de que forma parte del programa de los Juegos Olímpicos. Y lo hace bien. Muy bien. Tanto, que en las pruebas ha sido capaz de vencer a dos equipos profesionales de Corea del Sur (que, de acuerdo, no es la mayor superpotencia mundial en el sector, pero está subiendo su nivel rápidamente, y aun así hablamos de atletas que se dedican a tiempo completo a esto). De cuatro partidos jugados, Curly se ha impuesto en tres.

Para quien no lo conozca, el curling es una actividad que sus practicantes apodan “ajedrez sobre hielo”, aunque a quien no esté familiarizado puede que más bien le recuerde a la petanca. Sus principios son muy sencillos: hay una pista con forma alargada, en uno de cuyos extremos se ha dibujado una diana, y por turnos los dos equipos participantes van lanzando piedras, que se deslizan sobre el suelo golpeándose entre sí y apartando a las demás. Gana el juego el bando que deja sus rocas más cerca del punto central; los partidos se disputan a ocho o diez juegos, según las reglas de cada torneo.

Parece fácil, pero sin embargo se trata de una labor extremadamente compleja, porque influyen variables prácticamente incontables. No es una cuestión de fuerza, sino que más bien se necesita precisión extrema para tirar la piedra justo al lugar adecuado, dándole efecto para que consiga trayectorias curvas, y puliendo el hielo (de ahí la típica y quizás algo cómica imagen de los jugadores frotando con una especie de escoba) para que alcance mayor o menor velocidad según se necesite en cada momento. Además, al jugarse por rondas, hay un componente fundamental de estrategia para vencer al contrario.

Una jugadora italiana de curling lanzando una piedra.
Una jugadora del equipo italiano de curling lanzando una piedra durante un partido de los Juegos Olímpicos de la Juventud disputados el pasado enero. Foto: Linnea Rheborg/Getty Images.

Por si fuera poco, las piedras son productos naturales (la mayoría se sacan de canteras de granito en Escocia) que, como tales, tienen sus imperfecciones. Lo mismo ocurre con la capa de hielo: el agua, dependiendo de factores como su pureza, o las características particulares de la pista, o incluso la humedad ambiente, cristaliza de una manera u otra, en granos más o menos gruesos que afectan al recorrido en los lanzamientos. En la práctica, teniendo en cuenta todos los detalles, no habrá jamás dos circunstancias de juego exactamente iguales. Y además, Curly por ahora solo lanza; no tiene la opción de ayudarse de las escobas para afinar la superficie.

Los jugadores humanos más competentes necesitan muchísimos años de experiencia para ser capaces de adaptarse a todo tipo de situaciones, y aun así, antes de empezar los partidos es costumbre permitirles una serie de lanzamientos de prueba para que se familiaricen a las particularidades concretas. Curly, sin embargo, es capaz de procesar todo esto en apenas un par de minutos y hacer el lanzamiento perfecto. O casi: “Hemos entrenado al robot con simulaciones, pero siempre hay alguna diferencia entre la simulación y la realidad. El modelo físico es ligeramente erróneo”, confiesa Klaus-Robert Müller, uno de los responsables del proyecto por la parte berlinesa.

Porque no queda más remedio que enseñarle mediante representaciones en software. Tal como explican en Wired, el sistema de ensayo y error que usaríamos los humanos es inviable, ya que, al carecer (de momento) de inteligencia y razonamiento como tenemos nosotros, requeriría muchísimo tiempo. Y además, sería arriesgado: probablemente probaría algún tipo de maniobra extraña que le haría desequilibrarse, caer y posiblemente dañarse a sí mismo.

Lo que sí que tiene Curly es la capacidad de corregir sus propios errores.Ken Goldberg, del departamento de Robótica de la Universidad de California, lo compara a un artillero que dispara un cañón en una batalla. “Es posible compensar, hasta cierto punto, basándonos en ejemplos. Si el primer disparo ha sido fallido, se reajustan algunos grados a izquierda y derecha y se dispara de nuevo. Esta máquina hace lo mismo, pero además es capaz de entender las condiciones cambiantes del hielo y adaptarse a ellas”.

Este es, precisamente, el punto clave en el que fallaban muchos sistemas de inteligencia artificial hasta ahora, y el que abre la puerta a que los robots se conviertan en seres capaces de desempeñar tareas con la misma eficacia que nosotros. Adaptarse a las variaciones del entorno y gestionarlas en consecuencia son aspectos determinantes para que un robot sea una ayuda útil en la actividad humana. Porque si no, se convierten en herramientas perfectas para unas circunstancias concretas… pero un montón de chatarra inútil en cualquier otro caso.

Es lo que diferencia a Curly de otros robots que hemos visto, por ejemplo, jugando al ajedrez contra figuras consagradas. Aquí no se trata de capacidad de cálculo pura y dura, sino de lograr gestionarla en el plano físico. Esto abre la puerta a todo tipo aplicaciones, incluyendo (porque es la parte que nos toca) el mundo del deporte.

En un partido de fútbol, por ejemplo, hay mil factores que podrían alterar la trayectoria de un pelotazo. La fatiga muscular es el único que no influiría en un androide (aunque sí el desgaste y la resistencia de los materiales), pero todos los demás sí: la presencia o no de rivales o compañeros que pasen por delante a toda velocidad, la altura del césped (ya lo dijo Xavi Hernández), el peso del balón (que, si ha llovido, puede haber absorbido agua), y prácticamente todos los etcéteras que se pueden imaginar. Con el agravante de que no existiría la posibilidad de que un operario “reprograme” entre disparo y disparo, sino que debería ser la propia máquina la que lo hiciera en tiempo real.

Por supuesto, aún estamos extremadamente lejos de que Koeman, o quien fuera que ocupara el banquillo azulgrana en esa época, contara en su plantilla con amasijos de hierros y cables capaces de marcar goles, regatear o hacer paradas milagrosas. Si ese día alguna vez llegara, tendríamos que plantearnos no pocas cuestiones reglamentarias, técnicas y hasta éticas y morales,porque no faltará quien vea todo esto como el anticipo del futuro apocalíptico que nos espera, sometidos al poder de las máquinas. De momento podemos respirar tranquilos, aún estamos por encima y las leyes de Asimov siguen vigentes. Pero quién sabe: también era inimaginable hace poco que un robot venciera a personas en una competición deportiva. Y hasta ahí ya hemos llegado. ¿Cuál será el siguiente paso?


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