FUENTE: www.eleconomista.es
AUTOR: Marius Robles
Sea para el cuidado de nuestros ancianos, limpiar nuestra casa, entretener a nuestros hijos o para disponer de mayor vigilancia y seguridad, la aparición de Astro, el nuevo robot de Amazon, ha reabierto el debate sobre la privacidad y monopolización en nuestros hogares, donde la robótica y la tecnología inteligente en general están intentando penetrar a marchas forzadas, aunque posiblemente más como lobos escondidos bajo una piel de cordero que con una eficacia significativa para nuestras vidas y tareas rutinarias que odiamos hacer.
Las oleadas de intentos fallidos por crear productos robóticos domésticos más sofisticados de empresas procedentes de Europa, EE.UU., Japón o Corea del Sur, ha sido casi proporcional a los lanzamientos que ha habido en esta categoría. Hemos visto esfuerzos por construir robots humanoides, robots compañeros sociales, robots que cocinan, robots que limpian, robots que doblan la ropa, robots mascotas o incluso, robots que cambian la arena para gatos.
Varios gobiernos, han tenido los mismos pronósticos erróneos que los departamentos de marketing de estas compañías que han fracasado. El gobierno de Japón predijo que, en tan solo dos años, cuatro de cada cinco ancianos japoneses recibirán un robot en su domicilio para ayudarles en su día a día. Declaraciones formuladas en 2018, me recuerdan las que realizó en 2008 Lee Myung-bak, presidente de Corea del Sur, que vaticinó que en 2012 habría robots en la mayoría de los hogares de Corea.
El reto de dejar que un robot doméstico semejante al de la película Yo, Robot entre en nuestras casas, no sólo se encuentra en su precio o en la compleja ingeniería que debe incorporar, sino también en factores psicológicos, nuestra poca permisividad, paciencia en adoptarlos y llevarlos a su plena utilidad, y aun así, en muchos casos, nos enamoramos de ellos, llegando a secuestrarnos emocionalmente.
En cambio, los programas piloto que se han llevado a cabo en algunos países con robopets, como EE.UU., han dado excelentes resultados. Durante el coronavirus, muchos Estados distribuyeron mascotas robotizadas entre los residentes de edad avanzada con el objetivo de evitar su aislamiento social, que, a su vez, comporta al país más de 7.000 millones de dólares anuales como coste total en Medicare. Sorprendentemente, un 70% de los participantes que obtuvieron esta compañía robótica, argumentaron que se sentían menos solos.
La experiencia no dejó estar llena de anécdotas, donde algunos clientes con deficiencias cognitivas llegaron a estar desorientados por las máquinas. Incluso uno llamó a su departamento local, angustiado, para decir que su robot no estaba comiendo. Pero, más comúnmente, a la gente le gustaban tanto las mascotas que llegaban a agotar las baterías.
En términos técnicos, si bien los ordenadores pueden ejecutar círculos matemáticos y algoritmos alrededor de los humanos, las cosas que los humanos hacen sin pensar son las más difíciles para las máquinas. Sin una intensa supervisión humana, los avances recientes en el aprendizaje automático no serán suficientes para construir robots expertos en moverse y realizar tareas en el hogar. Es probable que eso requiera varias evoluciones tecnológicas más, situadas alrededor del 2030.
El único caso de éxito de robótica doméstica que podemos hablar rotundamente es el que redefinió en 2002 la palabra ‘aspirador’, y no es otro que el Roomba de iRobot. Cierto, es triste, pero es así. Después, a gran distancia, podríamos considerar la niñera robótica iPal, la entrada de Aibo, el perro robótico de Sony, o las mascotas animatrónicas de Joy for All, que seguramente señores lectores, no tenían ninguno de estos ejemplares situados en el mapa.
A todo este desastroso balance, se une nuestra permanente sensación de falta de privacidad ante la tecnología doméstica. Roomba, al igual que Astro, el nuevo robot de Amazon, han recibido duras críticas por violar la privacidad en nuestros hogares. El primero, porque se filtró que su nueva versión supuestamente mapeaba nuestra casa sin consentimiento y a través de Inteligencia Artificial podía realizar manipulaciones erróneas; el segundo, que después del reconocimiento de voz y rostro, analizaba todas las personas que entraban en la vivienda.
Este temor sobre la privacidad y el potencial invasivo no debería sorprendernos desde que tenemos instalados altavoces inteligentes en nuestras casas, donde varias demandas se han admitido a trámite en la corte de un tribunal federal de California, alegando que los altavoces de Google, Apple o Amazon seguían escuchando más allá de lo que prometen. En cualquier caso, estoy convencido que serán sentencias que caerán en saco roto dado los intereses económicos que hay de por medio.
Con este lapidante diagnóstico, podría parecernos que todavía estamos en las antípodas de lograr que un robot cuide de nosotros o de nuestros seres queridos. Pero por lanzar un poco de optimismo, lo cierto es que una nueva corriente se acerca en los próximos años, y el Covid-19 ha supuesto un gran punto de inflexión en muchos sentidos.
Solo este año, EE.UU. obtendrá 100 millones de dispositivos domésticos conectados. La Consumer Technology Association, menciona que el 41% de los hogares estadounidenses han dado el primer paso, y el más importante para volverse inteligentes: comprar un altavoz o pantalla inteligente con asistente de voz.
Lo que está claro, es que las empresas de Silicon Valley están buscando conseguir la gran meca de cualquier compañía que venda productos de consumo: conocer cómo se comporta su consumidor en su domicilio en caso de que no esté enfrente de su ordenador o conectado a su teléfono inteligente. Les aterroriza saber que estás desenchufado. Por este motivo, pretenden invadir tu hogar porque quieren replicar el control que tienen hoy en la web y los smartphones, pero esta vez incorporándotelo en los electrodomésticos de tu cocina, en tu dormitorio, en tu jardín o en tu baño, siendo todos ellos más difíciles de reemplazar. Posteriormente, estoy convencido que se habrá construido la autopista impecable para la entrada triunfal del robot doméstico humanoide. Eso sí, cuando se consiga, la monopolización por parte de las Big Tech en nuestros hogares ya no tendrá vuelta atrás.
El argumento ‘troyano’ de entrada, puede estar incluso encubierto en evitar el aislamiento social de nuestros mayores, o cómo el robot, puede reducir los problemas mentales derivados por el Covid-19, cualquier excusa será válida, porque saben que no debemos subestimar nunca nuestra capacidad como humanos para formar vínculos emocionales con las máquinas. Los troyanos, no vendrán esta vez en forma de software en tu smartphone o PC, sino que lo harán con un lindo gatito robótico con capacidad para conocerte mejor que tú mismo o con un inodoro, que utilizará una cámara entrenada por Inteligencia Artificial para rastrear la forma de las heces y monitorear el color y el flujo de tu orina.
Estarán en tu espejo inteligente de fitness, en el dispositivo portátil que rastrea tu sueño y también en los juguetes de tus hijos. Las muñecas Hello Barbie de Mattel y My Friend Cayla de Genesis Toys son ejemplos de advertencia de juguetes de Inteligencia Artificial que amenazan la privacidad. Por otra parte, estos juguetes con IA podrían ser más inteligentes que los propios padres, incluso se debatirá si podríamos perder nuestros derechos como padres una vez que los robots sean mejores para criar a nuestros hijos.
Pronto diremos también que nuestras neveras nos escuchan y que nuestra cafetera o Thermomix espían todos nuestros movimientos culinarios para saber más de nosotros.
¡Pero todo esto es igual! La pregunta clave es si estás dispuesto a pagar el precio al que te enfrentas como consumidor por estar atrapado en la economía de las Big Tech y su dependencia digital. Deberías preguntarte con qué fin nos escuchan, nos estudian o nos diagnostican. Si eso comporta más innovación y mayor personalización de los productos o servicios que me ofrecen y a su vez, me hacen más inteligente o la vida más fácil, adelante; si es otro fin, publicidad desmedida, tráfico de mis datos de salud, espionaje de mis relaciones, etc… no me lo digas, prefiero no saberlo.