Dos médicos, separados por miles de kilómetros, llevaron a cabo una cirugía utilizando un robot. Es el comienzo de un importante cambio en la forma de operar.

FUENTE:es.wired.com

AUTOR:João Medeiros

La cirugía robótica ya es remota.

Una uróloga llamada Archie Fernando se puso en contacto con su colega Nadine Hachach-Haram a principios de abril de 2020; eso fue poco después de que el primer ministro británico, Boris Johnson, anunciara el primer bloqueo por pandemia en el Reino Unido.

Ambas profesionales trabajaban en el hospital Guy’s and St Thomas’, uno de los más concurridos del país, en un momento en el que casi mil personas morían por Covid-19 cada semana. Hachach-Haram, una cirujana plástica reconstructiva, recuerda lo inútil que se sentía. «Entraba en las salas y preguntaba a las enfermeras qué podía hacer para ayudar», cuenta. «Empecé a hacer de todo, cosas como dar la vuelta a los pacientes para que respiraran un poco mejor».

Hachach-Haram también fue la directora ejecutiva fundadora de una pequeña empresa de tecnología sanitaria llamada Proximie. La compañía había desarrollado una plataforma de realidad aumentada que permitía a los cirujanos colaborar a distancia. Su software con base en la web facilitaba a los doctores hablar entre sí mientras compartían video en directo de una operación; incluía hasta cuatro fuentes que mostraban diferentes tiros de cámara y escaneos médicos. Hasta presentaba una superposición generada por computadora que podía utilizarse para dibujar instrucciones en la pantalla compartida.

Fernando quería utilizar Proximie para una intervención urgente y complicada. Su paciente era Mo Tajer, un hombre de 31 años que se había sometido a quimioterapia por un cáncer testicular. El cáncer se había extendido a su abdomen, donde un tumor de cinco centímetros estaba adherido alrededor de la aorta y la vena cava inferior, dos de los vasos sanguíneos más grandes del cuerpo, lo que dificultaba su extirpación quirúrgica. En circunstancias normales, Fernando habría realizado una operación abierta, pero eso también habría requerido un período de recuperación postoperatoria de dos semanas en la sala de cuidados intensivos durante el pico de la pandemia. «Ese no es un entorno en el que quieras que alguien inmunodeprimido esté sentado», destaca Hachach-Haram. «Lo necesitaban dentro y fuera del hospital lo más rápido posible».

La alternativa más segura era la cirugía robótica mínimamente invasiva, pero Fernando no tenía suficiente experiencia en tal procedimiento. Con Proximie, sin embargo, podría operar con la orientación de otro colega, un cirujano afincado en Estados Unidos llamado Jim Porter. Porter, director médico de cirugía robótica del Swedish Medical Center de Seattle, no solo había sido pionero en este tipo de operaciones, sino que era uno de los cirujanos laparoscópicos en activo con más experiencia.

Operando en pijama

La operación tuvo lugar el 21 de mayo. Fernando, con el equipo de protección individual completo, manejaba la consola del robot quirúrgico a dos metros del paciente. El robot tiene cuatro brazos articulados, tres equipados con instrumentos y un cuarto que sujeta un tubo delgado con una cámara en el extremo que, al introducirse en el abdomen de Tajer, permitió a Fernando ver el interior del paciente. Porter, vestido con pijama y sentado en su casa de Seattle, tenía acceso a esa misma vista en su laptop. Durante cinco horas, guió a Fernando paso a paso por la operación, hablando con ella mientras utilizaba un puntero de realidad aumentada para identificar partes anatómicas y dibujaba anotaciones para señalar dónde debían hacerse incisiones concretas.

Hachach-Haram, quien se había conectado para ver la operación, se quedó «sin habla».

«Me quedé asombrada de lo tranquilos que estaban», recuerda. Era la primera vez desde el inicio de la pandemia que veía cómo se utilizaba Proximie en una intervención quirúrgica. Se dio cuenta de que, sin su invento, esa cirugía nunca habría podido salvar vidas y, mientras la veía desarrollarse, se echó a llorar.

Proximie running in a robotic operating room

Proximie operando en un quirófano robotizado.

Cortesía

Como para la mayoría de los cirujanos, la educación de Nadine Hachach-Haram siguió una pedagogía conocida en los círculos médicos como «ve una, haz una, enseña a alguien», una tradición que dicta que los aprendices, una vez que han observado un tipo concreto de cirugía o el uso de un equipo, deben intentar realizarlo, las primeras veces bajo supervisión y después por su cuenta. Una vez acumulada esa suficiente experiencia de primera mano, los cirujanos deben enseñar esas técnicas a la siguiente generación. Hachach-Haram todavía recuerda vívidamente la primera operación que observó, a los 14 años. Se había trasladado a Beirut desde su San Diego natal cuatro años antes, en 1990, después de que sus padres decidieran regresar a su país de origen. La guerra civil libanesa había terminado para entonces, pero la lucha entre el ejército israelí y el grupo paramilitar Hezbolá continuaba sin tregua, causando heridas y muertes a masas de civiles inocentes. «No era la época más segura para crecer en el Líbano», refiere Hachach-Haram, «veías a mucha gente con quemaduras graves, deformidades, sin extremidades».

Un día, su familia recibió la visita de un amigo, un cirujano plástico de Nueva York que viajaba regularmente al Líbano para operar a víctimas de traumatismos. Hachach-Haram estaba intrigada y le convenció para que la dejara acompañarle a una de sus operaciones. Observó hipnotizada cómo operaba a una joven que tenía una contractura en el pie, una fuerte tirantez de la piel que limitaba sus movimientos: «Se había quemado el pie por la explosión de una bomba», cuenta Hachach-Haram, «El cirujano tuvo que hacer lo que llamamos una plastia en Z, en la que se libera una contractura mediante cortes geométricos que permiten mover la piel y revisar las cicatrices. Me asombró que pudiera ayudarla a volver a andar moviendo la piel de un sitio a otro» Ese fue el día en que Hachach-Haram decidió qué quería hacer con su vida. Quería ser como aquel cirujano plástico de Nueva York, alguien dispuesto a volar 9 mil kilómetros para operar a alguien que lo necesitaba desesperadamente. «Quería ayudar a que todo el mundo recibiera esa misma calidad de atención», indica. «Quería dar una oportunidad a la gente».

Hachach-Haram realizaría su primera operación 12 años después, asistiendo a un cirujano jefe en la extirpación de una glándula tiroides cuando era estudiante de medicina de primer año en Londres. Posteriormente se especializó como cirujana plástica reconstructiva de cáncer de mama y pélvico, enseñando a otros a medida que avanzaba en su propia formación. En 2006 empezó a trabajar como voluntaria para organizaciones benéficas de salud mundial, volando a lugares como Perú, Vietnam y el Líbano para formarse y aprender de los médicos locales. Durante un tiempo se sintió realizada. Pero poco a poco, con el paso de los años, empezó a sentir algo diferente, la sensación de que lo que estaba haciendo no era suficiente.

Recuerda el día en particular en el que ese sentimiento de frustración se apoderó de ella. Era abril de 2015 y estaba sentada sola en el quirófano, embarazada de su tercer hijo, recién llegada de un largo viaje y a punto de hacer otro. La revista médica The Lancet acababa de publicar un informe en el que se concluía que nueve de cada diez personas en países de ingresos bajos y medios no tenían acceso a atención quirúrgica básica. Esa fría estadística le sentó, como ella misma dice, «como un golpe en las tripas… Había estado trabajando tanto para intentar mejorar el acceso, ayudar y marcar la diferencia, y de repente todo me pareció inútil».

Al reflexionar sobre su propia experiencia docente, se dio cuenta de que no era tanto que no estuviera haciendo lo suficiente, sino que lo había estado haciendo mal: «Formaba a gente y luego no volvía a verlos», señala. “No tenía idea de cómo adoptaban la técnica, si lo estaban haciendo correctamente”. Y se dio cuenta de que esta ineficacia era consecuencia directa de la pedagogía de «ve una, haz una, enseña a alguien«, «anticuada», opina, «no es escalable».

Lo que necesitaba el quirófano, pensó, era un sistema operativo. Una interfaz digital que pudiera conectar a los cirujanos durante las operaciones en vivo, de forma que pudieran ver, aprender, colaborar y compartir conocimientos, sin limitaciones geográficas. Con frecuencia describe su visión de un planeta salpicado de quirófanos por el mundo, todos conectados en red.

Surgeons can access a database of past procedure

Con Proximie, los cirujanos pueden acceder a una base de datos de intervenciones anteriores.

Cortesía

Una gran red de cirujanos

Con la ayuda de un ingeniero de software, a finales de 2015 había desarrollado una aplicación que permitía a los cirujanos compartir a distancia una vista de sus campos quirúrgicos y superponer ilustraciones y anotaciones sencillas dibujando en la pantalla compartida. Para probar la idea, recurrió a un médico de California que trabajaba como voluntario para la Global Smile Foundation, y que ofrecía cirugía de paladar hendido a niños. Como parte de ese programa, viajaba cada tres meses a Trujillo, en Perú, para formar a una médica local. Ese año, en cambio, utilizó el prototipo de Hachach-Haram para llevar a cabo la formación a distancia cada semana. «En ese año, fue capaz de mejorar significativamente los conocimientos de la doctora peruana. Comprobaron que no solo era más eficiente, sino que su toma de decisiones era más rápida», explica.

Unos meses después, Hachach-Haram recibió una llamada de un colega que trabajaba en Gaza y necesitaba su ayuda. Le dijo que un joven de 18 años se había lesionado la mano izquierda al intentar desmontar una bomba sin estallar. Ahora no podía bañarse ni vestirse. Se había sometido a seis operaciones infructuosas con cirujanos locales y, debido al bloqueo israelí, no podía viajar para buscar tratamiento en el extranjero.

Aunque Proximie no se había utilizado en una operación en vivo, Hachach-Haram pidió a un cirujano traumatólogo de Beirut que ayudara a distancia al cirujano local. «Estaba muy nerviosa», rememora, «la posibilidad de cambiar la vida de esta persona era muy importante para mí. Era como si el sueño que tenía desde los 14 años se hiciera realidad».

El éxito de aquella operación animó a Hachach-Haram a convertir su proyecto de investigación en una empresa propiamente dicha. Recaudó dinero, contrató a un equipo para desarrollar la tecnología y pasó el siguiente par de años en conferencias haciendo proselitismo sin descanso sobre el quirófano digital. «Volaba 10 horas solo para dar una charla de 10 minutos», refiere. En 2019, Proximie estaba lista para su lanzamiento comercial.

Cuando, un año más tarde, la pandemia por Covid-19 llegó al Reino Unido, Proximie ya se había utilizado en 1,200 cirugías en más de 30 países. «Como todas las empresas en las primeras semanas de la pandemia, anunciamos a nuestros accionistas que íbamos a priorizar nuestro bienestar mental y simplemente tratar de sobrevivir», declara Hachach-Haram. Pero una semana después, cambió de opinión: «Me di cuenta de que ahora era cuando la gente iba a necesitar nuestra tecnología». Convocó otra junta de accionistas y anunció: “Desechemos el plan anterior. Vamos a acelerar.” En seis meses, la cifra de usuarios se multiplicó por diez y el número de sesiones quirúrgicas ascendió a 5 mil 500. Hoy en día, más del 20% de los pacientes del Servicio Nacional de Salud (NHS) utilizan nuestra tecnología. Más del 20% de los hospitales del NHS tienen acceso al software. «Antes, éramos solo un concepto de ciencia ficción con cierto potencial», cuenta. «De repente, éramos la única forma de hacer las cosas».

Dr. Nadine HachachHaram with surgical cap and mask

Hachach-Haram lanzó Proximie comercialmente en 2019.

Cortesía

La práctica se pierde

Debido a la suspensión de las operaciones de rutina durante la pandemia, Hachach-Haram pasó muchos meses sin realizar una sola cirugía. «Cuando volvimos a operar, nuestra confianza se resintió», comenta Hachach-Haram. «Necesitábamos volver a hacerlo, así que nos uníamos y pedíamos a un colega que nos ayudara a superarlo, porque necesitábamos ese apoyo».

Cuando no era posible contar con la presencia física de otro consultor, muchos utilizaban Proximie para recibir ayuda a distancia. Pero si la pérdida de destreza y confianza durante la pandemia preocupaba a los cirujanos experimentados, el problema era aún mayor para sus colegas más jóvenes. Según datos oficiales, los alumnos del NHS vieron reducidas en un 50% las oportunidades de formación para operar. «Muchos estudiantes en la flor de su formación perdieron 18 meses de prácticas», afirma, «no podemos permitirnos el lujo de tardar 10 años en formar a la gente. Tuvimos que pensar en cómo Proximie podía acelerar eso».

La Sociedad Americana de Cirujanos Gastrointestinales y Endoscópicos, por ejemplo, envió modelos de tejido porcino anatómicamente realistas a los alumnos que trabajaban desde casa, para que pudieran practicar reparaciones de hernias de la pared abdominal asistidos a distancia por expertos. La Hip Preservation Society, por su parte, creó un programa periódico de formación virtual que incluía cirugía en vivo. Por ejemplo, un procedimiento de reconstrucción del labrum se retransmitió a más de 500 personas de todo el mundo. «Históricamente, solo un par de alumnos tenían acceso a un procedimiento así», refiere. «Ahora cientos podían acceder a los pocos casos que se producían».

En la actualidad, más del 95% por ciento de las sesiones quirúrgicas en las que se utiliza Proximie se graban también en su biblioteca en línea, que permite a los cirujanos editar y etiquetar secuencias que pueden utilizarse posteriormente para la formación o el debriefing. Esta biblioteca almacena actualmente más de 20 mil videos de cirugías, lo que la convierte en la mayor base de datos de este tipo: «Cuando empezamos solo teníamos en mente la función de cirugía en directo», explica, «pero luego pensamos, ¿y si la gente quiere tener feedback después de la operación o revisar su actuación? Por eso creamos la biblioteca». Cuando vio por primera vez imágenes de sus propias operaciones, Harach-Haram se dio cuenta, por ejemplo, de que su comportamiento era, como ella lo describe, «un poco prepotente»: «Me di cuenta de que me gustaba hacer las operaciones yo misma, incluso cuando había aprendices en la sala», recuerda. Ahora, en situaciones similares, se obliga a sí misma a entregar los instrumentos quirúrgicos, junta las manos a propósito cerca del pecho y se aleja de la mesa de operaciones. «Aprendí a no estar en su espacio», concluye. «Simplemente les dejo el sitio».

Este artículo aparece en la edición de julio/agosto de 2023 de la revista WIRED UK y se publicó en WIRED UK. Adaptado por Mauricio Serfatty Godoy.


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