Los vitivinicultores italianos han confiado cada vez más en los trabajadores migrantes para la cosecha de otoño, pero las restricciones de los viajes y los crecientes costos de remuneración están empujando a muchos a recurrir a las máquinas.
La vendimia del año pasado fue una lucha desgarradora en el viñedo toscano de Mirko Cappelli. Con la frontera italiana cerrada debido a la pandemia, los trabajadores de Europa del Este en los que había llegado a depender no pudieron ingresar al país. La empresa que había contratado para abastecerse de recolectores de uva no tenía a nadie que ofrecerle. En última instancia, encontró suficientes trabajadores para llevar las uvas a tiempo.
Entonces, este año, Cappelli se aseguró de no enfrentar el mismo problema: gastó € 85.000, equivalente a US$ 98.000, en una máquina vendimiadora (que cosecha la uva).
La pandemia por coronavirus está empujando a la industria del vino hacia la automatización.
Las restricciones de viajes relacionadas con el covid dejaron una grave escasez de trabajadores agrícolas el año pasado, ya que los europeos del este y del norte de África no pudieron llegar a los campos de Europa occidental. Aunque la escasez ha disminuido este año, la dificultad de encontrar trabajadores ha acelerado el cambio, que ya estaba en marcha en todo el sector agrícola.
Si bien las cosechas de algunos cultivos, como la soya y el maíz, ya están muy automatizadas, los productores de vino han tardado más en hacer el cambio. Los vinicultores debaten si es que es más probable que la cosecha automatizada dañe las uvas, lo que puede afectar la calidad del vino. El costo es un impedimento para muchos pequeños agricultores. Algunas regiones europeas incluso prohíben la cosecha con máquinas.
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Sin embargo, para muchos vitivinicultores de Europa y Estados Unidos, la dificultad de encontrar trabajadores —un problema que, según dicen, ha crecido de manera constante durante años, pero se agudizó durante la pandemia— los ha empujado a dar el paso hacía los robots. Es un cambio que sobrevivirá a la pandemia y podría cambiar los patrones migratorios de larga data que llevan a decenas de miles de trabajadores extranjeros a Italia, Francia y España para cosechas agrícolas cada año.
Ritano Baragli, presidente de Cantina Sociale colli Fiorentini Valvirgilio, un grupo de vitivinicultores en Toscana, afirmó que se ha vuelto más difícil encontrar recolectores durante varios años, ya que los lugareños evitan cada vez más el trabajo físicamente exigente, mal pagado y a corto plazo, mientras que la demanda por recolectores ha aumentado.
Pero el año pasado fue la peor escasez de mano de obra de su medio siglo de carrera en el sector del vino. En respuesta a eso, el uso de máquinas cosechadoras entre los miembros del grupo aumentó un 20% este año, afirmó.
“Incluso los productores más pequeños empezaron a ver la opción de comprar máquinas”, afirmó Baragli.
Cappelli fue uno de los que hizo el cambio.
“Fue una decisión muy difícil para una pequeña finca como la nuestra; tomará mucho tiempo recuperar la inversión”, afirmó Cappelli, un vitivinicultor de cuarta generación, sobre la compra de la máquina para cosechar sus 13 hectáreas de uvas. “Pero ahora, cuando las uvas estén listas, puedo ir a recogerlas. No tenemos que preocuparnos por encontrar trabajadores “.
Tuvo suerte de poder conseguir la máquina, fabricada por el fabricante francés Pellenc. Philippe Astoin, director de la división agrícola de la empresa, dijo que la demanda de vendimiadoras de uva automatizadas había aumentado entre un 5% y un 10% anual, pero se disparó alrededor de un 20% este año.
La escasez de piezas—que también ha afectado a los fabricantes de autos durante la pandemia— dejó a la empresa sin poder cumplir con todos los pedidos. Astoin espera que la demanda siga creciendo, ya que el aumento de los costos laborales hace que la automatización sea comparativamente más asequible. En Gran Bretaña, por ejemplo, el salario mínimo para los trabajadores agrícolas aumentó un 34% entre 2014 y 2020, según Andersons, un grupo de consultores de empresas agrícolas.
“Lo que escuchamos de nuestros clientes en Europa [occidental] y América del Norte … es que no están seguros de poder reunir a las personas que necesitan para la cosecha”, afirmó Astoin.
Aún así, algunas regiones vitivinícolas siguen dedicadas a la vendimia manual tradicional. En algunos casos, las máquinas no son adecuadas para terrenos empinados o para ciertos estilos de cultivo de la vid. En Francia, donde el sector agrícola depende menos de los trabajadores extranjeros que en Italia o España, la escasez de mano de obra —y el impulso hacia la mecanización— ha sido menos urgente.
Y en las regiones que producen vinos de alta gama y de precio elevado, los productores dudan de que una máquina pueda hacer el trabajo tan bien como un ser humano.
En Borgoña, Francia, las cosechadoras automáticas no se han puesto de moda, según Thiébault Huber, presidente de la Confédération des Appellations et des Vignerons de Bourgogne, un grupo comercial de vitivinicultores, en parte debido al escepticismo de los agricultores sobre la calidad de las uvas que cosechan.
La cosecha mecánica está prohibida para la Champaña según leyes diseñadas para mantener la tradición de la recolección manual.
“Todo el racimo de uvas tiene que llegar a la prensa intacto, sin ningún daño”, afirmó Philippe Wibrotte, vocero del Comité Champagne, un grupo comercial de fabricantes del producto del mismo nombre de la región. “No hay máquina que pueda cosechar sin dañar las uvas”, sentenció.
En Valdelsa, una región entre Siena y Florencia conocida por producir Chianti (vino premium conocido a nivel mundial), los vitivinicultores dicen que las máquinas hacen, al menos, un trabajo de cosecha tan bueno como los humanos.
Baragli contrata a un vecino con una máquina cosechadora para recoger la mayor parte de sus 12 hectáreas de uvas, una práctica cada vez más común en la región. Pero todavía hace parte del viñedo a mano.
La semana pasada, él y varios miembros de la familia se abrieron camino a través de las vides restantes sin cortar. Cortaron racimos de uvas por el tallo y las arrojaron en cubos. Cada fila tomó alrededor de 30 minutos para la media docena de trabajadores.
Fue un retroceso a cuando la cosecha era un rito comunal en la Toscana —cuando la familia y los amigos se reunían para recoger uvas y los estudiantes ayudaban para ganar dinero extra— antes de que la industria llegara a depender constantemente de los trabajadores extranjeros durante las últimas dos décadas.
“Lo extrañaría”, afirmó Ilaria Baragli, la hija Baragli, sobre la cosecha manual, si su padre se pasara a la cosecha totalmente mecánica. “Pero también estoy abierta a las nuevas tecnologías”.
En el viñedo de Cappelli, a unas pocas millas de distancia, Cappelli estaba enganchando su nueva máquina a la parte trasera de su tractor. Haciendo ruidos de máquina, la cosechadora sacudió la hilera de vides, succionando la fruta que caía como resultado. Cada hilera se hizo en aproximadamente tres minutos, dejando tallos sin frutos, excepto algunas uvas pequeñas y poco maduras.
Cappelli y su padre terminaron la cosecha en unos 10 días, afirmó, en comparación con los 18 días que se demora con los recolectores manuales, y se evitó el dolor de cabeza de encontrar trabajadores.
“Estas máquinas modernas hacen un gran trabajo, a veces incluso mejor que los trabajadores”, afirmó. “Especialmente en cuanto a la limpieza de las uvas y la eliminación de los tallos”.
Para algunos agricultores, la pandemia no les ha dejado otra opción que adoptar la automatización.
Jaume Solé, un agricultor de Cataluña, España, que cultiva uvas para hacer cava (vino espumoso de calidad), había confiado en los últimos años en gran medida en los trabajadores senegaleses para la cosecha. Pero el año pasado, no había ningún lugar para que los trabajadores se quedaran en su pequeño pueblo de montaña que debía cumplir con las regulaciones de covid-19. Habría contratado a una empresa con una máquina para hacer la cosecha, pero la más cercana estaba a 20 kilómetros, demasiado lejos para llevar una cosechadora por carreteras de montaña.
El invierno pasado compró su propia máquina, un modelo de 30 años que fue una de las primeras cosechadoras automáticas, por € 45.000. Para su finca de 25 hectáreas, era todo lo que podía pagar y le llevará al menos cinco años pagar. Pero sintió que no tenía otra opción.
“Era mejor no comprar una muy cara, con esta situación económica incierta”, sentenció Solé, refiriéndose a la pandemia. “Es vieja, pero funciona”.