FUENTE:traveler.es
AUTOR:Irene Crespo
Pablo Berger cree en las señales y la numerología. En esa suerte que nos ronda y nos señala y confirma que por ahí es el camino. Muchas flechas le señalaron Robot Dreams (en cines 6 de diciembre).
Había leído hacía años la novela gráfica de Sara Varon en la que se basa la película, le encantó, pero lo de hacer una película de animación aún no estaba en su cabeza. La volvió a releer cuando acabó su anterior filme, Abracadabra (2017), y lloró al llegar al final. “Siempre me emocionaba, me reía, pero esta vez me salieron lágrimas reales”, recuerda. Para alguien a quien le gusta empezar las películas por el final, es decir, que a partir de los finales imagina todo lo que viene por delante, aquella era una primera señal clarísima.
Y habría más. ¿Una película de animación? A algunos les extrañará pensando en el director de Torremolinos 73, Blancanieves… Pero para los que sepan que Berger ha dedicado siempre meses a crear el storyboard en todas sus películas, dibujos de cada plano de lo que acabaremos viendo en pantalla, no les habrá sorprendido tanto este cambio de medio. Porque, citando a Guillermo del Toro, el director bilbaíno insiste en cada entrevista: “El cine de animación no es un género, es un medio para contar historias”, dice y quiere que repitamos como un mantra. Y, por eso, no es solo cine infantil. Robot Dreams es una prueba definitiva de ello y, al menos, en los próximos Goya ha conseguido entrar entre los nominados en categorías clave: Mejor guion adaptado, música original y montaje, además de Mejor película de animación, claro.
Más señales. Ahora que mencionamos la música. Estamos ante una película muda que cuenta una profunda e íntima historia de amistad entre un perro y un robot. Ellos no hablan, pero lo dicen todo y la película no para de sonar. La música y el ruido de Nueva York acompañan a sus protagonistas. Y entre todo eso, prepárate para cantar o canturrear en tu cabeza September, de Earth, Wind & Fire. Para siempre asociada ya a Dog y Robot. El libro de Varon está separado en meses, y así era, al principio ,el guion (una estructura que acabaron desechando), al comenzar el mes de septiembre, Berger enseguida pensó en esa canción y que podría ser ese tema que iba apareciendo en notas flotantes en la novela gráfica.
Cuando arrancaron el rodaje, Berger y su mujer y productora, Yuko Harami, se dieron cuenta de lo que decía la canción: “Do you remember?”. ¿Te acuerdas? “De eso va precisamente la historia, ese es el tema por lo que decidimos hacerlo”, cuenta el director. Y sigue. “Y si encima decimos que el 21 de septiembre es el cumpleaños de mi hija”.
Una última señal: Nueva York. Berger vivió una década en la ciudad, los 10 años en los que se formó como cineasta. Se construyó como director y persona. Donde conoció a su mujer. Hacer una película en la ciudad o sobre la ciudad era una asignatura más que pendiente para él. Y aunque en la novela de Varon no se especifica, se intuye en sus fondos. “Podía ser nuestra carta de amor a la ciudad”, cuenta con una sonrisa.
“Yo viví 10 años maravillosos en Nueva York y pasé lo que pasó Dog: la soledad, el amor, el desamor… Yo creo que Robot Dreams es mi película más personal junto cn Torremolinos 73”, explica. “Yo he sido Dog”, aclara –aunque bien podríamos decir que en lo de siempre optimista y soñador se parece también a Robot–. “El apartamento en el que vive Dog, en el East Village fue nuestro último apartamento, mismo portal, la dirección. Hay mucho nuestro y mucho de mí en esta película”.
Ver fotos: Nueva York barrio a barrio a través del cine
Es un Nueva York que no todos conocimos, aunque todos reconocemos, gracias al cine. Berger sí lo conoció. Él llegó a vivir en los 90 y sitúa Robot Dreams un poco antes, a finales de los 80. “Cuando Nueva York era el centro del mundo, tanto a nivel económico como cultural. Y no hablo de Nueva York, hablo de la isla de Manhattan. En mi barrio había una mezcla de artistas, latinos, bohemia, ucranios… Era un barrio alternativo, tolerante, diverso, donde todo era posible, y para alguien como yo, que venía de Bilbao, de una ciudad y de un país muy cerrados… Yo llego allí y me descubro un mundo de color, de razas, de olores, de comidas y eso a mí me abrió la cabeza”.
Acompañar a Robot y Dog en sus paseos es descubrir ese Nueva York que no solemos comentar: el hombre que recoge latas, el percusionista del metro (tan rápido como un pulpo), las tiendas, los delis, el metro, la pizzería Vesuvio… Pero también Central Park, Ocean Beach, East Village, Chinatown… Y, en ese sentido, hay nostalgia. “No me considero nostálgico, no me gusta vivir en el pasado, siempre quiero pensar en el siguiente proyecto, pero sí que tengo cierta nostalgia hacia ese Nueva York que viví y que recuerdo, que es tan maravilloso”.
Es un Nueva York que ha recreado hasta el mínimo detalle (tanto que dan ganas de ver y rever la película) gracias a sus recuerdos vividos y cinéfilos. “Siempre digo que la película es como un Dónde está Wally de otras películas”, dice. Ves Manhattan, Taxi Driver… “Yo creo que soy un director de una generación que creo que hemos vivido nuestras aventuras en el cine. Nosotros no somos la generación de John Ford, John Houston o Orson Welles, que vivieron guerras, safaris, muchas mujeres. Somos los directores de la generación Tarantino que hemos crecido en el videoclub y en la sala de cine. En mis películas hay una cinefilia real”.
Nueva York es muy real también. Es esa ciudad en la que todas las emociones y etapas vitales se avivan, se subrayan, se intensifican. Por eso es escenario predilecto del cine. En ese estado constante de tensión y disfrute y soledad y felicidad se mueven Dog y Robot, haciendo del recuerdo y de la nostalgia unos nuevos amigos que siempre les acompañarán.