Un equipo de investigación de la UOC estudia la percepción de la sociedad ante tecnologías como la robótica o la inteligencia artificial. A nivel general, los pacientes dudan de su uso.
FUENTE: consalud.es
AUTOR: Paco Cordero
Ponte a pensar en personas que tienen aspiradoras automáticas que limpian su casa cuando el dueño está fuera de ella. O en quienes tienen vehículos cuyos sensores se activan cuando hay peligro de accidente o se va a salir del carril. Seguramente te vienen muchas a la cabeza, e incluso tú seas una de esas personas que confían en el poder de las tecnologías, tanto que no dudes dejarlas funcionar en tu propio domicilio o en tu coche sin que tengas que intervenir.
Pero, ¿qué ocurre cuando hablamos de tecnologías en el ámbito de la salud? ¿Confiamos con la misma intensidad en un robot que se va a adentrar en el interior de nuestro cuerpo que en una aspiradora? ¿Tenemos la misma tranquilidad cuando nos subimos a nuestro coche que cuando tenemos que someternos a una cirugía sin la intervención física de un profesional sanitario? La respuesta, como pueden imaginarse, es clara: No.
Mientras que los médicos confían en las ventajas del uso de estas tecnologías, tras numerosos casos de éxito, la respuesta mayoritaria de los pacientes es negativa.
Así lo ha demostrado un equipo de investigación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) quienes, tomando los resultados de una encuesta europea lanzada en 2017, han estudiado la percepción del conjunto de la sociedad de estas tecnologías. En el campo de la salud, se han basado en la experiencia que ha tenido la ciudadanía con aparatos que utilizan la inteligencia artificial (IA) o la robótica. Y la experiencia muestra que mientras los médicos suelen confiar en ellas, los pacientes dudan bastante.
Para conocer al detalle los resultados, SaluDigital ha hablado con Francesc Saigí Rubió, docente de la UOC, coautor de esta investigación publicada en la revista científica MDPI, además de director del Centro colaborador en eHealth de la OMS. Este profesional, experto en salud electrónica (eHealth) y telemedicina, subraya algunas de estas diferencias.
Según se médico o paciente
Cuando la aplicación de este tipo de tecnología se traslada al campo de la salud, según Saigí Rubió, “nos encontramos con dos usuarios”. De forma general, los médicos “confían en ella”. Ya hay muchos casos de éxito de robots que están implementados en quirófanos y en reiteradamente se han publicado las ventajas que generan: “pueden actuar con mayor eficiencia y eficacia, paliar el error humano, hacer más movimientos que el cuerpo humano no puede o acceder a sitios inaccesibles”, entre otras.
«La crisis del Covid-19 nos ha ayudado a romper barreras: antes el profesional no era muy favorable al uso de estas tecnologías. Ahora, se ha visto que funciona y se han derribado muchas barreras culturales».
No obstante, cuando al que se le pregunta es al paciente, el enfoque cambia. “A la hora de ser operados, cuando se les pregunta si ofrecerían a que lo hiciera un robot, con o sin un médico presencialmente, vemos que los usuarios no confían y la respuesta mayoritaria es no”, subraya este docente de la UOC. Igualmente, dentro de las respuestas que dan los pacientes, pueden distinguirse tres perfiles diferentes.
Así, en función del grado de uso de este tipo de tecnologías, hay diferencias significativas. “Si hay un nivel bajo de uso, que los usuarios usan poco tecnologías como la IA o la robótica, estos confían y se muestran dispuestos a ser operados”. Sin embargo, a menudo que aumenta la experiencia de las personas con tecnologías relacionadas, “la desconfianza aumenta”.
Esto puede deberse, según reflexiona Francesc Saigí, a que “aunque esta persona es más consciente de las posibilidades que tienen las tecnologías, cuando saben que éstas van a entrar en el cuerpo humano, saltan todas las alarmas. Cuanto más conoces, más consciente eres de la realidad”. Y, en el sentido contrario, asegura que “el desconocimiento hace la felicidad”, de forma que una persona que no cuenta con herramientas de este tipo en casa (como las aspiradoras), se da más confianza.
COVID-19, punto de inflexión
El hecho de que la encuesta de la que parten los investigadores de la UOC sea de 2017, ya genera una serie de desventajas a la hora de analizar la situación real. Según este experto en salud electrónica, “ha habido muchos cambios, sin duda, desde entonces hasta ahora”. Por una parte, en cinco años la tecnología aplicada al campo de la salud “ha avanzado mucho” y la sociedad “también”.
Los investigadores instan a actuar desde la evidencia científica: «Cualquier uso en el ámbito de la salud debe estar contrastado científicamente con estudios que muestren si funcionan, si son eficientes y eficaces».
Por otro lado, a juicio de Saigí Rubió, “la crisis del Covid-19 nos ha ayudado a romper barreras”, tanto por parte del profesional sanitario como de los propios pacientes. “El profesional, antes del Covid no era muy favorable al uso de estas tecnologías, le tenía temor y miedo. Ahora, la realidad es otra. Se ha visto que funciona y los médicos han derribado muchas barreras, la mayoría culturales. Lo mismo ha pasado con la IA y la robótica. Ahora debe estar mayormente aceptada”, expone.
Evidencia, divulgación y evaluación
Una de las conclusiones a las que ha llegado el grupo i2TIC de investigación interdisciplinaria sobre las tecnología de la información y comunicación de la UOC es la siguiente: “Está muy bien que avancemos en salud, biomedicina, genética, robótica, etc., pero igual de importante o más avanzar en políticas sanitarias públicas”.
De cara a los pacientes, este experto insta a “preparar el escenario para que el paciente final esté predispuesto a ser un usuario de esta tecnología”. Por ejemplo, propone establecer “mecanismos de confianza” para que acepte estas herramientas y esté dispuesto a que puedan ser usadas en una práctica sanitaria, mediante acciones como someterle a experiencias de realidad virtual. En ellas podría ver “cuál es el escenario que se encontrará cuando se opere y lo que hará el robot”.
Pero antes de que llegue al usuario final, Francesc Saigí propone que se haga “con campañas de difusión”. En esta línea, subraya el papel que juega la evidencia científica. “Cualquier uso en el ámbito de la salud debe estar contrastado científicamente con estudios que muestren si funcionan, si son eficientes y eficaces. Esto, además, debe publicarse para que la tecnología pueda ser usada por otros centros asistenciales”.
Finalmente, invita a participar al ámbito de la universidad para que sus estudios sirvan a otras áreas, como la industria o la política. “La universidad debe apoyar el uso de estas tecnologías, mediante estudios de evaluación. Decir si falla algo para que la industria las mejore y generar evidencia para convencer a los políticos a financiar proyectos de este tipo y normalizarlos”.